Uno de los problemas que le veo a la ficción española es que está sobredialogada. Los personajes de la mayoría de las series nacionales hablan y hablan y llegan a aturullar al espectador con una verborrea muchas veces superflua. En ocasiones, el personaje simplemente dice lo que ya sabemos o estamos viendo, como si los responsables de la serie temieran que el espectador se perdiera algo. Esta incontinencia verbal puede tener sentido en algunos formatos como el culebrón latinoamericano, del que se decía que estaba diseñado para que su audiencia, compuesta mayoritariamente por amas de casa y empleadas del hogar, pudiera seguir la trama mientras hacían las tareas domésticas sin necesidad de ver la pantalla; o algunos tipos de sitcom, cuyas bazas principales son el chiste, la réplica y la contrarréplica. Sin embargo el exceso de diálogos se da también en series que se venden como realistas, o como se dice ahora, naturalistas. Pero ocurre que en estas series naturalistas lo menos natural es la manera que tienen de hablar los personajes. Se comunican casi únicamente con palabras, como si fueran éstas las únicas capaces de comunicar.
Sin embargo los estudiosos de lenguaje opinan lo contrario. En 1981 el psicólogo Albert Mehrabian, publicó, tras muchos años de investigación, Silent Messeges, un libro ya clásico en el estudio de la comunicación que provocó una pequeña revolución en el ámbito de la psicología del lenguaje. Según los resultados de sus experimentos, Mehrabian estableció que hay tres factores determinantes en el fenómeno de la comunicación entre dos personas: las palabras, el tono de voz, y el lenguaje corporal, es decir que, salvo que uno sea telépata, solo disponemos de estos tres elementos para intercambiar información. Pero ¿cual de los tres es más importante? Según Mehrabian, el porcentaje de importancia es el siguiente: las palabras 7%; el tono de voz: 38%, el lenguaje corporal: 55%.
Es posible que el porcentaje de Mehrabian no sea del todo exacto, pero poco importa adjudicarle al lenguaje corporal un 55% o un 47%. Lo interesante de este estudio es constatar lo poco que transmiten las palabras y lo mucho que lo hace el cuerpo. En una escena de una serie, un gesto (bien interpretado) de un actor podría valer mil palabras, lo que sería un alivio tanto para los sufridos guionistas como para los resignados espectadores.
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