Sky Saxon, In Memoriam 1

lunes, junio 29, 2009 | Escrito por | Etiquetas

Ha muerto Sky Saxon, gurú psicódelico y cantante de uno de los grupos más peculiares del garage punk de los locos años sesenta, The Seeds.



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Soul Power 1

lunes, junio 22, 2009 | Escrito por | Etiquetas

BÁRBARA CELIS ha publicado una noticia que me ha hecho salivar:


That´s the title of one of the best musical documentaries I've seen in years. The soul is not only in the title and in the soundtrack, it´s at the heart of a movie made by Jeffrey Levi-Hinte that will make you wish the seventies were still here. I can't forget a marvelous scene in which Celia Cruz takes her shoe in her hand and uses it against the ceiling inside a plain to keep rhythm with musicians such as James Brown, Bill Withers and BB King during the 13 hours trip (that become a 13 hours musical party) that brought the best of African-American musicians to play in Zaire in 1974 just days before the famous boxing fight between Muhammad Ali and George Foreman.



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Levi-Hinte worked as an editor in the documentary 'When we were kings', that amazing film about that powerful "rumble in the jungle" fight that got an Oscar award in the nineties. He had seen all the footage and painfully had to leave aside the three days concert because it didn't fit in that movie. Now, thanks to David Sonenberg (who also produced 'When we were kings') Levi-Hinte has been able to bring back to life a soul festival that will make you wish you were born black (Tom Waits said to me once during an interview: "When I saw James Brown for the first time the only thing I wanted from then on it was to be black!" After watching Soul Power, I definitely understand him-).
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On Friday Levi-Hinte was at a screening of Soul Power at Silverdocs Film Festival in Washington DC. He brought with him Fred Wesley, one of the musicians that played that festival and who confirmed that The Crusaders, The Spinners, Big Black, Celia Cruz and the long list of performers -including many Africans such as Miriam Makeba- played "above their performance level" and that it´s definitely in the movie.

For years there were legal disputes that prevented any body to touch the concert footage. When those were finally over, Levi-Hinte approached Sonenberg with the idea of cutting a movie to be released in DVD. "But when I looked at the footage again after ten years, I realized it was too good to waste it in a quick editing so I ended working on it for three years". The result is worth the wait.

Nobody except the Zaire people (now Congo) who attended the concert had seen it until now. The power of Soul Power is not only in the performances. There's the details about how the concert came to life -the fight was delayed but they couldn't delay the festival- there's the incredible clothing of the times - and the hairdo's, specially Miriam Makeba's African-punk style-. Even better, there were the conversations they had... remember: it´s the time of black power, it´s the time of James Brown' funky tune " I'm black and I'm proud'". All those little moments in the movie are priceless.

Almost none of the musicians had been in Africa before. "There was the excitement of going to find our roots" said Wesley after the screening (where he playes a couple of tunes too!). None of them was aware, though, that Zaire was run at the time by a bloody dictator called Mobutu Seseko who blessed their performance. That part is not in the movie. But you won´t care because the film it's not about politics, it's about music. On July 10th Soul Power will be in the theaters. Whenever is available on DVD I will throw a soul party at home!!!!! Jose Castillo, I will wait for you to dj after the concert!!

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Miedo a la música 1

miércoles, junio 10, 2009 | Escrito por | Etiquetas

Musicofilia, como todos los libros de Oliver Sacks, está repleto de historias clínicas increíbles. Uno de los fenómenos más curiosos que tienen que ver con la música es la Epilepsia musicogénica, es decir, la epilepsia inducida por la escucha de una música concreta. A veces es un tono, un ritmo o una melodía lo que provoca el ataque al paciente.

El caso más sorprendente fue el de un eminente crítico musical del siglo XIX, Nikonov, que sufrió su primer ataque en una representación de una ópera de Meyerbeer, El Profeta. A partir de entonces se volvió más y más sensible a la música, hasta que finalmente, cualquier música, por suave que fuera, le provocaba convulsiones. (“Lo más pernicioso” -observó Critchley- era el así llamado "fondo musical" de Wagner, que le causaba una ineludible procesión de sonidos de la que no podía escapar”). Nikonov, finalmente, que tanto sabía y al que tan apasionaba la música, tuvo que renunciar a su profesión y evitar todo contacto con la música. Si por la calle oía una banda de música, se tapaba los oídos y corría hacia el portal o la calle lateral más cercanos. Adquirió un auténtica fobia, un horror a la música, y así lo describió en un panfleto titulado Miedo a la música.”

He buscado ese panfleto como un loco, en balde.

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Musicofilia (1) 4

sábado, mayo 16, 2009 | Escrito por | Etiquetas

«Tony Cicoria tenía 42 años. Era un hombre robusto y muy en forma que había jugado al fútbol americano en la universidad y que trabajaba como cirujano ortopédico en una pequeña ciudad del norte del Estado de Nueva York, donde gozaba de una buena reputación. Una tarde de otoño se hallaba en un pabellón junto a un lago durante una reunión familiar. Hacía bueno y corría algo de brisa, pero se dio cuenta de que en el horizonte había algunas nubes de tormenta; parecía que iba a llover.

Se acercó a una cabina telefónica que había fuera del pabellón para llamar un momento a su madre (era 1994, antes de la era de los móviles). Todavía hoy recuerda cada segundo de lo que ocurrió después: “Estaba hablando por teléfono con mi madre. Estaba chispeando y se oían truenos a lo lejos. Mi madre colgó. Yo tendría el teléfono a unos 30 centímetros cuando sufrí la descarga. Recuerdo un fogonazo de luz que salía de la cabina y me dio en la cara. Lo siguiente que recuerdo es que salí despedido hacia atrás”.
Luego, y aunque parece dudar antes de contarme esto, “me vi arrojado hacia adelante. Desconcertado, miré a mi alrededor y vi mi propio cuerpo en el suelo. Me dije: ‘¡Mierda, estoy muerto!’. Vi a gente reunida en torno a mis restos. Vi a una mujer –había estado esperando a que yo terminara de usar el teléfono– que se colocaba sobre mi cuerpo y le hacía la respiración boca a boca. Yo subí las escaleras flotando y mi consciencia se vino conmigo. Vi a mis hijos, me di cuenta de que no les iba a pasar nada. Entonces me rodeó una luz azulada y blanquecina…, una intensa sensación de bienestar y paz. Me pasaron por delante los mejores y los peores momentos de mi vida. Pero no asociaba a ellos ninguna emoción… era puro pensamiento, puro éxtasis. Tuve la percepción de acelerar, de que me elevaban…, había velocidad y dirección. Entonces, justo cuando estaba pensando: ésta es la sensación más gloriosa que jamás he experimentado…, ¡bam! Regresé”.

El doctor Cicoria sabía que había regresado a su cuerpo porque sintió dolor, el dolor de las quemaduras en el rostro y en el pie izquierdo, los puntos por los que la descarga eléctrica había entrado y salido de su cuerpo. Y se dio cuenta de que “sólo los cuerpos sienten dolor”. Él quería volver, quería decirle a aquella mujer que dejara de hacerle la respiración boca a boca, que le dejara marchar; pero era demasiado tarde, ya estaba innegablemente de vuelta entre los vivos. Al cabo de un minuto o dos, cuando fue capaz de hablar, dijo: “Está bien… ¡Soy médico!”. La mujer, que era enfermera en una UCI, replicó: “Hace unos minutos no era nada”.

Se presentó la policía y quisieron llamar a una ambulancia, pero Cicoria se negó entre delirios. En lugar de eso le llevaron a casa (“Me pareció que tardamos horas en llegar”), desde donde llamó a su médico, un cardiólogo. Cuando éste le examinó supuso que Cicoria había debido de sufrir una breve parada cardiaca, pero no encontró nada más cuando le auscultó y tampoco en los electrocardiogramas. “Con estas cosas, o vives o te mueres”, comentó el cardiólogo, que no pensaba que el doctor Cicoria fuera a padecer más consecuencias de este extraño accidente.
Cicoria también consultó a un neurólogo. Le invadía la pereza (algo raro en él), y tenía problemas de memoria. De repente se vio olvidando los nombres de gente que conocía bien. Le hicieron pruebas neurológicas, un electroencefalograma y una resonancia magnética. Tampoco se observaron anomalías.

Al cabo de un par de semanas, cuando recuperó la energía, el doctor Cicoria volvió al trabajo. Seguía arrastrando algunos problemas de memoria –de vez en cuando olvidaba los nombres de enfermedades u operaciones poco frecuentes–, pero sus habilidades quirúrgicas no se vieron afectadas. Transcurridas otras dos semanas, desaparecieron los problemas de memoria, y pensó que ahí acababa todo.
Lo que ocurrió posteriormente sigue asombrando a Cicoria, todavía hoy, 12 años después. La vida había vuelto a la normalidad, aparentemente, cuando “de repente, en dos o tres días, me entraron unas ganas irrefrenables de escuchar música de piano”. Esto no guardaba ninguna relación con nada de su pasado. De pequeño había recibido unas pocas clases de piano, “pero no me interesaba realmente”. Ni siquiera tenía piano en casa. La única música que escuchaba era rock.
Con este súbito capricho por la música de piano, comenzó a comprar discos, y se enamoró especialmente de una grabación de sus obras predilectas de Chopin interpretadas por Vladimir Ashkenazy: la polonesa Militar, el estudio Viento de invierno, el estudio Teclas negras, la Polonesa en la bemol, el Scherzo número 2 en si bemol menor. “Me encantaban todas”, explicaba Cicoria. “Tenía el deseo de tocarlas. Pedí todas las partituras. Justo entonces, una de nuestras niñeras preguntó si podía dejar su piano en nuestra casa, de modo que en el preciso instante en que a mí se me antojó, apareció uno, un pequeño piano de pared. Era perfecto para mí. Apenas podía leer las partituras, apenas sabía tocar, pero empecé a aprender yo solo”. Habían pasado más de treinta años desde las pocas clases de piano de su infancia, y tenía los dedos entumecidos y rígidos.
Y entonces, inmediatamente después de sentir este repentino deseo por la música de piano, Cicoria comenzó a oír música en su cabeza. “La primera vez”, explica, “fue durante un sueño. Yo iba de esmoquin, estaba en un escenario, tocando algo que había compuesto yo. Me desperté sobresaltado y la música seguía en mi cabeza. Salté de la cama y empecé a escribir todo lo que recordaba. Pero apenas sabía cómo plasmar lo que oía”. Aquello no salió muy bien porque él nunca había intentado escribir o anotar música antes. Pero cada vez que se sentaba al piano a practicar Chopin, su propia música “venía y le embargaba. Tenía una presencia muy poderosa”.

Yo no sabía muy bien cómo entender esta música tan perentoria, que le invadía casi irresistiblemente y le inundaba. ¿Estaba experimentando alucinaciones musicales? No, respondió el doctor Cicoria, no eran alucinaciones. “Inspiración” era un término más adecuado. La música estaba ahí, en lo más profundo de su interior, o en alguna parte, y lo único que tenía que hacer era dejar que le viniera. “Es como una frecuencia, una emisora de radio. Si me abro, viene. Me gustaría decir que viene del cielo, como afirmaba Mozart”.
Su música no cesa. “Nunca se agota”, proseguía él. “En todo caso, tengo que apagarla yo”.
Ahora tenía que lidiar no sólo con aprender a interpretar Chopin, sino también con dar forma a la música que le rondaba constantemente la cabeza, probarla en el piano, ponerla en el papel manuscrito. “Era una lucha terrible. Me levantaba a las cuatro de la mañana y tocaba hasta que me iba a trabajar, y cuando volvía a casa del trabajo, me pasaba toda la tarde en el piano. Mi mujer no estaba nada contenta. Yo estaba poseído”.

Al tercer mes del accidente del rayo, Cicoria, que antaño fue un hombre de familia afable y cordial, casi indiferente a la música, se veía inspirado, casi poseído, por la música y apenas tenía tiempo para nada más. Cayó en la cuenta de que quizá se había “salvado” por algún motivo especial. “Llegué a pensar”, asegura, “que la única razón por la que me habían permitido sobrevivir era la música”. Le pregunté si antes del rayo era creyente. Había recibido una formación católica, respondió, pero nunca había sido especialmente religioso; tenía algunas creencias poco ortodoxas, como la reencarnación.
Él mismo llegó a pensar que en cierto sentido se había reencarnado, que se había transformado y había recibido un don especial, una misión: “sintonizar” con la música que él llamaba, medio metafóricamente, “música del cielo”. Ésta solía manifestarse como un “torrente absoluto” de notas sin pausas, sin descansos, a las que él tenía que dar estructura y forma. (Mientras me contaba esto, yo pensaba en Caedmon, poeta anglosajón del siglo VII, que era un pastor de cabras analfabeto y que, según contaban, había sido agraciado con “el arte del canto” una noche en sueños y se pasó el resto de su vida alabando a Dios y a la creación en himnos y poemas).
Cicoria siguió trabajando en el piano y en sus composiciones. Compró libros sobre notación musical y pronto se dio cuenta de que necesitaba un profesor de música. Viajaba para asistir a conciertos de sus intérpretes favoritos, pero no tenía relación con otros músicos de su ciudad o con las actividades musicales que allí se celebraban. Era una búsqueda en solitario, entre su musa y él.
Le pregunté si había experimentado otros cambios desde que le cayó el rayo, una nueva forma de ver el arte, quizá, un gusto distinto en sus lecturas, nuevas creencias. Cicoria me explicó que se había vuelto “muy espiritual” desde su experiencia entre la vida y la muerte. Había empezado a leer todo lo que encontraba sobre este tipo de vivencias y sobre accidentes con rayos. Se había hecho con “toda una biblioteca sobre Tesla” y con todo lo que caía en sus manos sobre el poder bello y terrible de la electricidad de alto voltaje. En ocasiones creía ver “auras” de luz o energía alrededor de los cuerpos de la gente, algo que nunca le había pasado antes del rayo.

Pasaron algunos años, y la nueva vida de Cicoria, su inspiración, no le abandonó ni por un momento. Siguió trabajando como cirujano a tiempo completo, pero su corazón y su mente se centraban en la música. Se divorció en 2004, y ese mismo año tuvo un terrible accidente de moto. Él no lo recuerda, pero otro vehículo golpeó su Harley y le encontraron en una zanja, inconsciente y malherido, con huesos rotos, el bazo destrozado, un pulmón perforado, contusiones cardiacas y, aunque llevaba el casco puesto, heridas en la cabeza. Pese a todo esto, se recuperó del todo y volvió al trabajo dos meses después. Ni el accidente, ni los daños que sufrió en la cabeza, ni su divorcio parecieron hacer mella en su pasión por tocar y componer música».

¡Por fin ha llegado a mis manos el último libro de Oliver Sacks! Musicofilia. Relatos de la música y el cerebro.

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Jan Svankmajer 1

lunes, mayo 11, 2009 | Escrito por | Etiquetas

Jan Svankmajer es un nombre fundamental si te gusta el stop motion. Es autor de muchas de las imágenes más extrañas y perturbadoras de la historia de la animación. Un artista total, un surrealista moderno que ha encontrado en las películas animadas el formato ideal para expresarse. Puedes conocer todo sobre Svankmajer en este estupendo artículo de Javier Ludeña en la Revista Fantastique.

Una pequeña pieza hecha por encargo de la MTV, y la inquietante Tma/Svetlo/Tma. Muchos de sus cortos pueden verse en youtube.





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Libertad y procrastinación 2

domingo, mayo 10, 2009 | Escrito por | Etiquetas

LOS EXPERIMENTOS DE DAN ARIELY (3)

El problema de la desidia, de la procrastinación, no ha dejado de empeorar según se ha ido generalizando el uso de internet. Yo antes procrastinaba leyendo cualquier cosa, desde un capítulo de un libro hasta el prospecto de una medicina, cualquier cosa con tal de no trabajar. Por no hablar de los deseos repentinos de hacer limpieza en casa, cocinar, hacer la compra etc etc. Ahora no hace falta ni levantarse de la mesa de trabajo para acceder a mil maneras de procrastinar: chequear el correo electrónico, skype, facebook, visitar páginas absurdas, y un largo etcétera. En mi caso, he podido comprobar que la única manera de no procrastinar ad infinitum es sentir el aliento de un jefe en la nuca. Sólo cuando el desastre es inminente me pongo a trabajar y a intentar resolver en pocas horas lo que debería haber hecho en varios días. ¿Se puede hacer algo al respecto? Cuando uno se promete a si mismo que nunca más dejará para el final el trabajo o el proyecto que le ocupa, siempre es en frío, en un estado emocional neutro que nos hace creer que lo conseguiremos. Pero cuando llega el momento de ponerse a trabajar, algo cambia en nuestra mente: nos convertimos en seres irracionales, y por muchas promesas que nos hayamos hecho, nos dejamos caer en los seductores brazos de la procrastinación.

La única solución para paliar los efectos de la desidia es la restricción de la libertad personal. Dan Ariely hizo un sencillo experimento con sus alumnos con el que demostró una ecuación que los procrastinadores conocemos bien: flexibilidad horaria = procrastinación.

Cuando empezó el curso, Ariely les dijo a los alumnos de una de sus clases (clase A) que podían entregar los tres trabajos del semestre, -fundamentales para la nota final- cuando ellos quisieran. Podrían entregarlos el último día o mucho antes, pero les advirtió que entregarlos pronto no aumentaría la nota. A los alumnos de una segunda clase (B) les dio la oportunidad de elegir en ese momento las fechas de entrega de los tres trabajos, con la condición de que ese plazo no podría cambiarse ya. Y por último, a los alumnos de una tercera clase (C) no les dio ninguna oportunidad: tendrían que entregar los tres trabajos en los plazos que Ariely marcó: la cuarta, la octava y la duodécima semana. Los resultados, como ya habrá adivinado el lector, fueron los previsibles. La clase C tuvo un porcentaje de aprobados mucho mayor que las otras dos. La clase que pudo elegir sus plazos tuvo un resultado intermedio, aunque con algunos trabajos redactados apresuradamente, y la clase que tenía libertad para entregar sus trabajos, como era de esperar, fue un desastre.
Es interesante fijarse en la clase B. No obtuvieron tan buenas notas como la clase C, pero la mayoría de los alumnos previeron lo que iba a pasar y se impusieron unos plazos realistas para poder combatir su futura procrastinación. Algunos no fueron tan previsores y se engañaron con plazos que no pudieron cumplir. Esto nos indica que no todas las personas son conscientes de su problema con la desidia.

El experimento no demuestra nada que no supiéramos, pero creo que plantea un problema interesante ¿debemos aceptar restricciones a nuestra libertad para poder cumplir con nuestras tareas? ¿Quién debe imponer estas restricciones? A la primera pregunta respondo con un contundente ¡sí! Si yo hubiera sido un alumno de la clase B habría fijado unos plazos similares a los de la clase C, por la sencilla razón de que me conozco. Y también creo que debe ser uno mismo el que imponga los límites. En realidad esto lo hacemos continuamente, por ejemplo con las tarjetas de crédito: ponemos un límite diario de sacar dinero, porque sabemos que en ciertos momentos seremos incapaces de controlarnos. Se puede argumentar que es triste llegar a ese extremo, ¿y si por alguna razón uno necesita urgentemente disponer de quinientos euros y sólo puede sacar trescientos? ¿No sería mejor controlarse y poder sacar lo que uno necesite? En un mundo ideal sí, pero en éste, cada vez más lleno de procrastinadores, eso no es más que una buena intención. Imaginemos que un productor me encarga un guión para una película a entregar en diez meses. Conociéndome, llegará el noveno mes y no tendré prácticamente nada escrito. Las llamadas del productor no harán más que aumentar mi angustia. Cuando por fin me ponga a escribir, me daré cuenta de que no voy a poder dejarlo como yo quisiera, con el sufrimiento añadido de comprobar que se trata de un problema de tiempo. ¿Cómo evitar esto?
A) con una gran disciplina. Vale, no es mi caso.
B) arreglando con el productor que el guión se entregará en tres partes, por ejemplo un borrador a los dos meses, una escaleta a los seis, una primera versión a los ocho y, finalmente, una segunda a los diez meses.
En realidad muchos productores, buenos conocedores del problema de la procrastinación, exigen acuerdos de este tipo. Saben que es la ÚNICA manera.

[Dan Ariely. Las trampas del deseo. Editorial Ariel]

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La falacia de la oferta y la demanda 6

domingo, abril 12, 2009 | Escrito por | Etiquetas

LOS EXPERIMENTOS DE DAN ARIELY (2)

“La economía tradicional supone que los precios de los productos en el mercado vienen determinados por un equilibrio entre dos fuerzas: el nivel de producción para cada precio (oferta) y los deseos de quienes disponen de poder adquisitivo para cada precio (demanda). El precio en el que confluyen ambas fuerzas determina el precio en el mercado”. Esto sería verdad si las dos fuerzas fueran independientes, pero no lo son. La demanda está condicionada por la predisposición del consumidor a pagar un precio, y, como ya hemos visto, al consumidor se le manipula fácilmente.
Como dice Ariely, “en realidad los consumidores no tienen la sartén por el mango ni en cuanto a sus propias preferencias ni en cuanto a los precios que están dispuesto a pagar por los distintos bienes y experiencias”. Los precios no vienen marcados por la escasez de tal producto, ni por la dificultad de su elaboración, ni por la demanda existente, (aunque por supuesto estos factores influyen en el montante final).

Ariely pone el ejemplo de la perla negra. Hasta mediados de los años setenta (del siglo XX) no se encontraba este tipo de perla en las joyerías, al menos en las occidentales.

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Un francés que poseía un atolón en la polinesia, rico en ostras de perla negra (Pinctada Margaritifera), quiso hacer negocios con Salvador Assael, conocido como “el rey de las perlas”.
El problema es que, aunque se conocía su existencia, no había demanda para este tipo de perlas. La gente seguía prefiriendo las blancas, por las que se pagaban precios altísimos. El rey de las perlas poco pudo hacer con las negras. Había comprado un lote grande y no consiguió hacer una sola venta. Assael pudo haberse desecho del lote vendiéndolas a precio de saldo, o regalarlas al comprar otras joyas… pero decidió volver a intentarlo. Como las perlas no eran realmente negras, sino más bien de un color gris plomizo, esperaría un año para conseguir ejemplares de mayor calidad. Cuando las tuvo, se las llevó a Harry Winston, un legendario comerciante de piedras preciosas.



Winston accedió a colocar las perlas negras en su escaparate de la Quinta Avenida, pero a un precio exorbitante. Assael, mientras tanto, inició una campaña de publicidad en las principales revistas de moda en la que se veía un collar de perlas negras al lado de rubíes, diamantes y esmeraldas. El resultado fue que, en poco tiempo, las damas más ricas y distinguidas de Nueva York lucían collares de perlas negras, comprados a precios prohibitivos.
Lo que Assael hizo fue introducir en los potenciales consumidores lo que en economía conductual se llama un ancla, un precio de referencia inicial que tendrá un efecto a largo plazo en nuestra predisposición a pagar por el producto. Assael asoció sus perlas que nadie quería (o nadie conocía) a las carísimas piedras preciosas de las joyerías neoyorquinas. Una vez que se ha establecido este ancla en su mente, el consumidor no se preguntará si es caro o barato, simplemente lo pagará. Es lo que Ariely llama coherencia arbitraria. “La idea básica de la coherencia arbitraria es esta: aunque los precios iniciales sean arbitrarios (como las perlas de Assael), una vez que dichos precios se hayan establecido en nuestra mente configurarán no sólo los precios actuales, sino también los futuros (y eso es lo que los hace coherentes)”.
Pero, ¿y si el consumidor ya tiene un ancla para la perla blanca? ¿Cómo consiguió Assael crear un nuevo ancla? La respuesta, como dijo Mark Twain, es bien sencilla:
“Para que un hombre codicie algo, basta con hacer que resulte difícil de obtener”. Winston, el viejo comerciante, sabía lo que hacía y expuso las perlas negras más caras que las blancas.


Las motivaciones de un consumidor a la hora de pagar más o menos dinero son tan irracionales que resultan casi increíbles. Para demostrar lo aleatorias que son nuestras decisiones como consumidores y lo fácilmente manipulables que somos, Ariely realizó un experimento con sus alumnos en el que intentaba crear un ancla de manera artificial que influyera en su disposición a pagar por un producto.
El experimento consistió en una especie de subasta de algunos productos, en principio interesantes para gente joven: un par de botellas de buen vino francés, un libro sobre diseño gráfico, un teclado y un trackball inalámbricos y una caja de finos chocolates belgas. Ariely pidió a los alumnos que pusieran sus dos últimos dígitos del número de la seguridad social en una hoja, y al lado, si estaban dispuestos a pagar ese precio por cada uno de los productos. Después se les pidió que apuntaran los precios que estarían dispuestos a pagar por los productos de arriba, es decir, que hicieran una puja similar a las que hacemos en ebay.
¿Serviría de ancla algo tan aleatorio como los dos últimos dígitos de la seguridad social? Aunque parezca increíble, resultó que sí. Los que tenían números más altos hicieron pujas más elevadas, mientras que los que tenían dígitos más bajos hicieron pujas muy inferiores. Bastó que los alumnos pensaran en un número (podría haber sido la temperatura ambiental, su edad o cualquier otra cosa) para que se vieran influidos a la hora de pagar.

Este experimento pone de manifiesto que tomamos muchas decisiones comerciales que vienen impuestas por anclas iniciales y no por nuestro gusto o necesidad. Como dice Ariely “Si son las anclas y la memoria de ellas - pero no las preferencias- las que determinan nuestro comportamiento ¿a santo de qué celebrar el intercambio, el comercio, como la clave para maximizar la felicidad (o utilidad) personal?”.

La economía tradicional nos quiere convencer de que el liberalismo económico es el único posible en una sociedad moderna y libre. Pero el libre mercado no tiene en cuenta que los seres humanos somos, en primer lugar irracionales, y en segundo lugar, manipulables. El libre mercado está basado en una falacia, la de la oferta y la demanda, y apoyadas en esta falacia, tomamos decisiones erróneas todos los días.
Esto puede no parecer tan grave si hablamos de comprarnos un teléfono móvil muy caro porque tiene una nueva serie de aplicaciones (que nunca utilizaremos), pero empieza a serlo cuando hablamos de los productos esenciales de nuestra sociedad, como atención sanitaria, educación, electricidad, agua y otros recursos clave.
Las fuerzas mercantiles del modelo capitalista no regulan el mercado de manera óptima y justa para todos porque no tienen en cuenta los aspectos humanos, en concreto del funcionamiento irracional de nuestro sobrevalorado cerebro. Por eso es fundamental que haya un mínimo control (resulta difícil establecer cual) de la actividad económica por parte de los gobiernos, aunque eso limite la libre empresa.

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Relativismo y manipulación publicitaria 3

lunes, abril 06, 2009 | Escrito por | Etiquetas

LOS EXPERIMENTOS DE DAN ARIELY(1)

Albert Einstein odiaba que, a raíz de la popularización de su famosa teoría, la gente se quedara con la idea de que todo es relativo. Pero lo cierto es que nacemos con un cerebro que tiende al relativismo y poco podemos hacer al respecto. El ser humano rara vez valora algo en términos absolutos: lo hace siempre en relación a otra cosa. ¿Cuál de los dos círculos centrales es más grande?


Obviamente los dos círculos tienen el mismo tamaño, pero el de la derecha nos parece mayor por que está rodeado de círculos más pequeños. Esta tendencia innata al relativismo es utilizada por la publicidad para manipularnos y hacer que compremos una cosa y no otra. Veamos un ejemplo de manipulación con el que se topó Dan Ariely, brillante psicólogo, profesor y experto en economía conductual:

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¿Quién sería tan tonto de escoger la opción que sólo da derecho a la edición impresa si por el mismo precio tiene, además, la edición online? Ariely presentó esta oferta a 100 de sus alumnos del prestigioso Instituto Tecnológico Massachusetts, y este fue el resultado: Opción al acceso online: 16 alumnos. Opción a la edición impresa 0 alumnos. Opción al combinado de las dos ediciones: 84 alumnos. ¿Por qué ofrece The Economist la posibilidad de suscribirse únicamente a la edición impresa por el mismo dinero? Es un señuelo, un cebo colocado disimuladamente en el que picamos mucho más de lo que creemos. Es el referente que necesita nuestro cerebro para poder comparar, porque no tenemos manera de saber si el precio de la suscripción es poco o mucho, salvo comparándolo con otras ofertas. Para decidirnos en términos absolutos tendríamos que conocer el precio del papel, los ingresos publicitarios de la revista, los salarios de los trabajadores y mil datos más, y, aún así, nos costaría decidir si es caro o barato. Por eso el señuelo es fundamental en las técnicas del marketing. Para comprobar su importancia Ariely lo eliminó de su segunda encuesta, es decir, ofreció a otros 100 alumnos únicamente dos posibilidades: la versión online y la versión combinada (online + edición impresa). Resultado: el 68% eligieron la opción de acceso online y sólo el 32 restante eligió el combinado. Así, de esta manera tan simple, es como se manipula al cliente.
Introducir un señuelo es un truco muy utilizado por los comerciantes para estimular la venta de un producto que no acaba de arrancar (normalmente porque es totalmente innecesario). La cadena de tiendas americana Williams-Sonoma introdujo por primera vez una panificadora casera por 275 dólares. No tuvo mucho éxito. ¿Qué es eso de una panificadora casera? ¿Funciona bien o mal? ¿No es mejor comprar el pan en la panadería? El fabricante de la panificadora acudió a una empresa de investigaciones de mercado donde le dieron la solución: introducir un modelo adicional de panificadora que fuera de mayor tamaño, y sobre todo, el doble más cara que la primera. Las ventas de la panificadora barata empezaron a crecer rápidamente simplemente porque la gente pensaba “bueno, no sé mucho de panificadoras, pero sí sé que, si he de comprar una, será la más pequeña y barata”.
Los señuelos están por todas partes, en los restaurantes, por ejemplo. Añadir a la carta un plato carísimo, mucho más que el resto, hace que los clientes pidan con más frecuencia el segundo más caro. Colocar un Rioja Reserva de 100 euros en el estante de los vinos hará que veamos el de cuatro euros demasiado barato para llevar a la cena a la que nos han invitado, así que compraremos el de 10 euros… y así hasta el infinito.

Pero que paguemos más de lo que deberíamos o adquiramos cosas que no necesitamos no es la única consecuencia del relativismo: está presente en todos los aspectos de la vida. Comparamos todo, trabajos, vacaciones, amistades, relaciones… La relatividad puede hacernos infelices porque nos incita a compararnos con los demás y entonces surgen los celos y la envidia. En 1993 las autoridades bursátiles estadounidenses empezaron a obligar a las empresas a que hicieran públicos los salarios de los altos ejecutivos, que por entonces eran obscenamente altos, con la esperanza de acortar las diferencias entre los trabajadores de a pie y los altos ejecutivos. Pero tuvo el efecto contrario: los directores de empresa americanos empezaron a comparar sus ingresos con el de otros directores y a reclamar más y más aumentos de salario, lo que a la sazón sería uno de los desencadenantes de la actual crisis. Como decía un titular del New York Times “los ricos ahora envidian a los super-ricos”.

¿Tiene alguna ventaja este relativismo innato? Ariely propone, y lo hace en serio, que alguien quiere seducir a una chica, acuda a la cita con un amigo que sea ligeramente más feo y menos inteligente que él, lo que ayudará a la chica a decidirse. Tomo nota.

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Los periodistas también quieren a Obama 1

jueves, abril 02, 2009 | Escrito por | Etiquetas

Abarrotada sala de prensa donde corresponsales de todas las naciones esperan expectantes la intervención del presidente de los Estados Unidos. Cuando entra, Obama es recibido más como un ídolo del rock que como un político: los periodistas dejan de serlo y se convierten en fans. Obama se deja querer y les obsequia con bromas y chascarrillos. Multitud de manos levantadas piden turno para preguntar con insistencia y paciencia infinitas. Sólo les falta gritar “¡yo, yo!” como hacen los niños cuando quieren intervenir en un juego. Obama pasea la mirada entre los ansiosos rostros y señala con el dedo a unos pocos afortunados. Son los elegidos, los que podrán decir que el gran gurú respondió a una pregunta suya. La charla se desarrolla en un tono amistoso y relajado, y cuando el presidente se levanta para irse, los periodistas políticos, que rara vez se salen de una neutralidad estándar, le despiden con un afectuoso aplauso, algo inaudito en este tipo de convocatorias. No acorralan al presidente con preguntas incómodas, quieren hacerse una foto con él. Los periodistas TAMBIÉN quieren a Obama.
El carisma de este hombre no decae, de hecho no parece tener límite. Yo… admito que no soy inmune a su encanto. No sé si es más honrado o capaz que los demás líderes, pero lo cierto es que es el único que me convence, aunque sé positivamente que es un juicio totalmente aleatorio. Pero después viene un pensamiento pesimista: ¿cuánto durará esto? ¿Cuándo dejará de parecernos tan majo Obama? ¿Será en la segunda legislatura, -en el caso de que fuera reelegido- o seguirá siendo idolatrado el resto de sus días? Otra posibilidad, por desgracia no tan remota, es que lo asesinaran. En ese caso asistiríamos al nacimiento de un nuevo Mesías.

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Bruce K. Alexander y los mitos sobre la adicción. 4

lunes, marzo 30, 2009 | Escrito por | Etiquetas

La versión oficial sobre lo que ocurre con la adicción a las drogas (la que nos cuentan siempre en televisión, por ejemplo) es que las principales sustancias psicoactivas (cocaína, heroína y otros opiáceos) producen un rápido y potente enganche del que resulta muy difícil salir, cuando no imposible. Como prueba de ello, se esgrimen los numerosos experimentos realizados con animales, ratas y monos principalmente, en las últimas décadas. Si, como ocurre en estos experimentos, las ratas se autoinyectan cocaína hasta morir, si prefieren ésta a la comida, o incluso si aceptan sufrir descargas eléctricas en sus hipersensibles patitas con tal de drogarse, es la prueba de que el demonio de “la droga” tiene un poder irresistible.


Pero en 1981, Bruce K. Alexander, un psicólogo curtido en el tratamiento y cuidado de heroinómanos, realizó una serie de experimentos con los que desmontó algunos mitos sobre la adicción.
Cuando Alexander vio dónde y cómo se hacían los experimentos con animales, llegó a la conclusión de que, en realidad, tales experimentos no demostraban nada. Que un aterrorizado mono, atado durante días, se autoinyecte morfina con su mano libre, o que una rata, con un catéter clavado en su cerebro, sufriendo un aislamiento y estrés brutales, se meta coca hasta morir, parece bastante lógico. “Yo haría lo mismo si me encontrara en esa situación” pensó Alexander. ¿Pero que ocurriría si estos experimentos se realizaran en un entorno realmente cómodo para las ratas? ¿Se engancharían tan fácilmente si en lugar de sucias y estrechas jaulas vivieran en un paraíso para roedores?
Para comprobarlo Alexander construyó este paraíso para roedores… y lo llamó parque de ratas.

Así describe Lauren Slater este pequeño edén para ratitas: “Alexander y sus compañeros de investigación, Robert Coambs y Patricia Hadaway, construyeron una colonia de viviendas de veinte metros cuadrados para sus ratas Wister de laboratorio. Caldearon el espacio convenientemente y lo regaron de deliciosas virutas de cedro y toda clase de pelotas de colores intensos, ruedas y latas. Puesto que iba a ser una colonia mixta, destinaron mucho espacio al apareamiento, rincones para el parto, lugares para que los dentudos machos deambularan a gusto y nidos cálidos para las hembras en época de cría”. En este edén pusieron 16 ratas, y a otras tantas en las clásicas jaulas de laboratorio, con poco espacio vital y aislamiento extremo y les dieron morfina disuelta en agua con sacarosa (para contrarrestar el sabor amargo de la morfina y seducir a las ratas, puesto que son muy golosas). La sacarosa fue aumentando poco a poco, es decir el agua era cada vez más dulce con lo que aumentaba el factor seducción. También les dieron agua normal del grifo.
El resultado fue que las ratas del parque preferían el agua normal al agua con morfina por muy dulce que estuviera, mientras que a las ratas de las jaulas les encantó desde el principio el agua con morfina, aunque estaba muy amarga, y la bebieron 16 veces más. Las ratas del parque probaron algunas veces el agua con morfina (más las hembras que los machos) pero siempre volvían al agua corriente.

Así valoró Alexander el experimento:

“Creemos que estos resultados son social y estadísticamente significativos. Si las ratas, en un ambiente razonablemente normal, se resisten a las drogas opiáceas, la idea de la «afinidad natural» es errónea, una extrapolación no válida de los resultados obtenidos con animales aislados. Estos descubrimientos son compatibles con la nueva interpretación «paliativa» de la adicción humana a los narcóticos si tenemos en cuenta que las ratas son por naturaleza extremadamente gregarios, activos y curiosos. El confinamiento en solitario produce un trastorno psíquico extraordinario en el ser humano; es posible que resulte igualmente estresante en otras especies sociables y que, por lo tanto, fuerce formas extremas de conducta paliativa, como recurrir a anestésicos y tranquilizantes potentes, la morfina en este caso. También puede ser que las ratas se resistan a la morfina precisamente por sus potentes efectos. Como tal, interfiere en la habilidad de la rata (o de la persona) para jugar, comer, aparearse y emprender otras conductas que hacen la vida gratificante”.


Alexander hizo otros experimentos similares en las que ratas ya adictas dejaban de serlo cuando se les daba la oportunidad (y las trasladaban al parque), con lo que demostró que la adicción no era un trastorno irreversible.
Sin embargo, cuando intentaron publicar los resultados en Science y en Nature fueron rechazados una y otra vez. Por fin, solo una revista de farmacología, Pharmacology, Biomestry and Behavior, muy poco conocida para el gran público, aunque respetada, accedió a publicar los descubrimientos de Alexander.
¿Por qué fueron marginadas las investigaciones de Alexander? Por qué no tuvieron al menos la misma oportunidad que otros experimentos contrarios?
Creo que la respuesta es obvia. Sus dos principales conclusiones -que no hay nada inherentemente adictivo en ninguna droga, y que el contacto repetido, incluso con las drogas más seductoras, no suele provocar adicción alguna-, son intolerables por las autoridades.
En pocas ramas de la ciencia (quizá en la genética) es tan complicado avanzar como en el estudio de las drogas, donde política y ciencia se confunden y se entorpecen mutuamente. El equilavelente en otra ciencia, por ejemplo la física, sería marginar a los científicos que proponen una teoría alternativa por no estar de acuerdo con la teoría de las supercuerdas.
Los detractores de Alexander alegan que éste no tiene en cuenta las “pruebas” científicas en las que se apoyan las últimas teorías oficialmente aceptadas: los escáneres PET, que muestran el cerebro de los adictos rojo de ansia, y los estudios que apuntan a una falta de dopamina en el cerebro en los drogodependientes debido al uso de dopamina importada, es decir, que si acostumbras al cerebro a que la cocaína te proporcione la dopamina (dicho grosso modo), éste pierde la facultad de producirla por sí mismo y entonces llega la ansiedad por la cocaína. Pero las cosas no están tan claras. Joe Dummit, profesor de psicología del MIT, dice al respecto: “Verá… los estudios de escáneres PET pueden ser poco fidedignos. Es fácil crear imágenes que parezca que ilustran un gran cambio, pero esas imágenes pueden ser engañosas, ¿quién sabe?” Y Alexander va más lejos: “Para empezar, no hay pruebas sólidas de que el agotamiento de la dopamina cause ansia y deseo de cocaína en las personas”. Quizás la prueba más sólida en favor de las teorías de Alexander es el hecho constatable de que la inmensa mayoría de las personas que consumen drogas (que no son pocas) nunca se engancha.

Además, hay un montón de buenos estudios que son muy fiables, ya que se realizaron esperando obtener los resultados contrarios. Por ejemplo, uno realizado sobre el crack, en 1990 en Estados Unidos: el 5,1 por ciento de la juventud americana había probado el crack al menos una vez en la vida, pero solo el 0,4 lo había probado en el mes en el que se hizo la encuesta, y menos del 0,05 % lo había consumido veinte veces o más en ese periodo.
“Por lo tanto –dice Alexander- parece que la droga más adictiva de la tierra no produce adicción persistente en más de un consumidor de cada cien”. ¿Y qué hay del síndrome de abstinencia? “Creo que el síndrome de abstinencia se exagera sistemáticamente, como las mismas drogas; es el cuento que hemos oído sobre las drogas y seguimos contándonoslo; es el paradigma según el cual los drogadictos interpretan como dolor insoportable lo que, en realidad, no es más que incomodidad. La inmensa mayoría de los heroinómanos que pasan por el síndrome de abstinencia sufren una especie de resfriado, eso es todo”.

Hoy en día, las investigaciones de Alexander siguen siendo ignoradas por el estamento médico oficial, que continúa con el viejo cuento de ese ente abstracto y demoníaco llamado “la droga”, culpable de todos los males de la sociedad. A su vez, Alexander les acusa de eliminar, con fines políticos, importante información científica sobre las complicaciones de la drogadicción. Pero él mismo está resignado a que no le hagan caso. Si le hicieran caso, los gobiernos tendrían que cambiar radicalmente sus políticas, tendrían que cambiar tantas cosas que es mejor no empezar a enumerar. Habría que crear un mundo cuasifeliz, menos alienado, donde todos diéramos y recibiéramos más amor y menos violencia, un mundo como el parque de las ratas, y eso no va a ocurrir.


[Poco después del experimento, la universidad le retiró la subvención y, en colaboración con organizaciones de los derechos de los animales que habían denunciado el sistema de ventilación del laboratorio de ratas, terminó cerrándolo definitivamente, abriéndolo pocos meses después como servicio de consulta para estudiantes... sin cambiar el sistema de ventilación. "Para las ratas no valía, pero para los seres humanos sí".
Puedes leer aquí un recomendable artículo de Bruce Alexander.
Extractos de Laures Slater: Cuerdos entre locos. Editorial Alba]

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Memex 2

martes, marzo 24, 2009 | Escrito por | Etiquetas

"Consideremos un aparato futuro de uso individual que es una especie de archivo privado mecanizado y biblioteca. Necesita un nombre, por decir uno al azar, valdrá memex. Un memex es un aparato en el que una persona almacena todos sus libros, archivos y comunicaciones y está mecanizado de modo que puede consultarse con excelente velocidad y flexibilidad. Es un suplemento aumentado íntimo de su memoria."
Vannevar Bush, As We May Think (1945)


Cabecera de una de las millones de páginas que tiene Daniel Tubau

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EP3 0

lunes, marzo 23, 2009 | Escrito por | Etiquetas

Leo en EP3, el suplemento rabiosamente joven de El País, la noticia sobre el escritor David Gilmour y su hijo adolescente Jesse (le permitió abandonar el colegio a cambio que viera con él tres películas a la semana durante tres años). Cuando estoy escribiendo sobre esto, me doy cuenta que lo verdaderamente sorprendente no es la noticia en sí, sino haber encontrado algo que me interese en este panfletucho.

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Alex Budovskiy 1

domingo, marzo 22, 2009 | Escrito por | Etiquetas

Alex Budovskiy (puedes ver aquí su canal en youtube) y Ania Sluchak realizaron esta pieza titulada Miró, para un programa infantil llamado Classical Baby.
[La música es una adaptación libre de Bach]

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Confesiones de un sordo genial 1

viernes, marzo 20, 2009 | Escrito por | Etiquetas

Nacido con un temperamento ardiente y vivaz, sensible a los goces de la sociedad, pronto tuve que renunciar a ellos para vivir una vida de reclusión. En ocasiones he tratado de olvidarlo todo. ¡Cuán cruelmente, sin embargo, he sido repelido por la dolorosa experiencia de mi oído defectuoso! Y no me era posible decir a las gentes “¡Hablad más alto, gritad, porque estoy sordo!” ¡Ay! ¿Cómo podía yo reclamar la falta de un sentido que debía poseer en más alto grado que ningún otro, un sentido que un tiempo poseí con más agudeza que cualquiera que mis colegas? ¡Ciertamente no puedo! Perdonadme, por tanto, si me veis retraído, cuando de buen grado estaría entre vosotros.


Carta de Ludwig van Beethoven (6 de octubre de 1802).

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Stan Vanderbeek 0

miércoles, marzo 18, 2009 | Escrito por | Etiquetas

La popular y excéntrica artista del collage Gloria vilches, está preparando un festival de películas de collage animado donde se podrán ver obras como Science Friction (1959) del pionero de la animación informática Stan Vanderbeek.

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Kalatozov, maestro del plano secuencia 1

martes, marzo 17, 2009 | Escrito por | Etiquetas

Probablemente los mejores travellings con grúa de la historia del cine los rodó Kalatozov. Un ejemplo extraído de la mítica Soy Cuba, del que tomó buena nota Paul Thomas Anderson cuando realizó Boogie Nights.
[En la película original la escena iba acompañada de otra música. Aquí han cambiado la BSO por el clásico de Deirdre Wilson Tabac I Can't Keep From Crying Sometimes.

]

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Psiquiatría loca 7

viernes, marzo 13, 2009 | Escrito por | Etiquetas


¿Qué ocurriría si se repitiese hoy el célebre experimento que el psicólogo David Rosenhan realizó en 1972? ¿Se obtendrían los mismos resultados?

Recordemos el experimento. Rosenhan pretendía comprobar si los psiquiatras de diferentes instituciones mentales eran capaces de distinguir entre cuerdos y enfermos mentales. Para ello llamó a ocho amigos y les preguntó “¿Tienes algo que hacer el mes que viene? ¿Tienes tiempo para fingir una enfermedad mental que te interne, y una vez dentro, ver lo que pasa?” Los falsos pacientes debían fingir solamente un síntoma: que, desde hacía tres semanas, oían de vez en cuando una voz que les decía “zas”. Rosenhan eligió esta palabra porque, -aparte de ser ridícula-, no se encontraba en la bibliografía psiquiátrica. No podían fingir ningún síntoma más, y además, si eran internados, debían advertir a los psiquiatras que ya estaban bien y que habían dejado de oír la voz. Los ocho voluntarios fueron ingresados, diagnosticados con esquizofrenia u otros trastornos graves, y tratados con diversa y abundante medicación. La mayoría estuvieron mucho tiempo internados (dos meses el que más), pese a que se comportaban con total normalidad y advertían reiteradamente a los doctores que se encontraban perfectamente.
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Curiosamente, los falsos pacientes fueron descubiertos por los pacientes reales. Muchos se les acercaron y les dijeron cosas del tipo “eres periodista ¿verdad?” o “Te has infiltrado para espiar el funcionamiento del hospital…”. Cuando Rosenhan publicó los resultados del experimento en Science, la credibilidad de la psiquiatría recibió un duro golpe.
Pero lejos de rendirse a la evidencia, algunos psiquiatras contraatacaron y retaron a Rosenhan a que volviera a enviar falsos pacientes. Rosenhan acordó con un hospital que durante tres meses enviaría un número indeterminado de falsos locos (por decirlo de alguna forma). Una vez acabado el plazo, el hospital anunció que había detectado, con grado alto de fiabilidad, a 41 falsos pacientes... ¡pero Rosenhan no había enviado ninguno!

Treinta y cuatro años después la psicóloga
Lauren Slater se propuso repetir de nuevo el experimento de Rosenhan. Antes, Lauren preguntó a Robert Spitzer, -uno de los psiquiatras que más se enfadó con Rosenhan en su momento-, que pasaría hoy si se repitiese en igualdad de condiciones. Spitzer aseguró que hoy sería imposible engañar a un psiquiatra como entonces hizo Rosenhan. Un paciente que se presentase en urgencias presentando sólo este síntoma, jamás sería ingresado ni medicado, “simplemente sería despachado con el diagnóstico de diferido” (diferido es una categoría especial que permite a los médicos clínicos aplazar el diagnóstico por falta de información).

Lauren no fue ingresada, pero el médico que la atendió le recetó rápidamente Risperdal, un medicamento antipsicótico. Lauren, (que lógicamente conoce bien el medicamento) le preguntó si le parecía psicótica: “un poco” le respondió el médico, “y además sufre de depresión, así que además le recetaré un antidepresivo”. Antes, el psiquiatra le había hecho diversas preguntas: ¿Come y duerme bien? ¿Ha tenido algún problema últimamente? ¿Algún antecedente traumático…? Lauren respondió que todo iba normalmente, comía y dormía bien, en el trabajo funcionaba perfectamente… todo normal. Lauren probó en otros siete hospitales. En todos fue diagnosticada con psicosis depresiva mientras la daban un montón de pastillas. ¿Cómo es posible? Lauren cree que la medicación condiciona el diagnóstico y no al revés. Como te voy a recetar Risperdal, te diagnosticaré algún tipo de psicosis, ya que no se puede dar este medicamento a un paciente no psicótico. Lauren llamó por teléfono a Spitzer para comunicarle los resultados del nuevo experimento. El viejo psiquiatra, que tanto había luchado en la defensa de su disciplina, se sintió terriblemente decepcionado. “No sé… creo que, simplemente a algunos médicos no les gusta decir no sé”.


[Fuente: Cuerdos entre locos/ Lauren Slater/ Editorial Alba]

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Film, film, film! 6

martes, marzo 10, 2009 | Escrito por | Etiquetas

En 1968, el maestro de la animación rusa Fyodor Khitruk realizó esta genial parodia del proceso de creación de una película -desde la escritura del guión hasta su presentación ante el público-, inspirándose en Sergei Eisenstein y los problemas que éste tuvo en el rodaje de Iván El Terrible.







Más información sobre la animación rusa en este artículo de Zoia Barash

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PES 0

jueves, marzo 05, 2009 | Escrito por | Etiquetas

Pequeñas maravillas en slow motion de PES

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Sasek 0

miércoles, marzo 04, 2009 | Escrito por | Etiquetas



Lola Puñales me ha recomendado este delicioso dibujante checo, Vladimir Sasek (1916-1980). Probablemente el lector, como me ocurre a mí, encontrará sus dibujos extrañamente familiares. Quizás es debido a que los conocimos de niños, puesto que Sasek fue un autor muy reconocido.
Entre su obra destaca la serie This is, compuesta de 18 libros dedicados a las principales ciudades del mundo, que siguen reeditándose continuamente. This is London y This Is Venice... se encuentran entre los más deseados.











Puedes ver más dibujos de Sasek aquí.

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El peor poeta del mundo 3

martes, marzo 03, 2009 | Escrito por | Etiquetas

Siempre he querido iniciar, como Martin Gardner, una colección de las peores poesías de la historia. Tener en un mismo estante a los poetas menos dotados y disfrutar del irresistible humor que, de manera involuntaria, emerge de la poesía cuando ésta es verdaderamente mala. ¿Quiénes son los peores poetas de la historia? No es fácil otorgar este título, porque, como dice Eduardo Stilman, quizá nada se produzca a ritmo más acelerado que la mala poesía.
Y sin embargo, no es fácil ser un poeta verdaderamente horrible, un Ed Wood de los versos. En palabras de Stilman: “la proporción adecuada de desmesurada ambición, temeraria confianza en si mismo y crasa incompetencia que requiere la misión del Gran Poeta Malo no está al alcance de aficionados. Hay que contar con ese indefinible don que convierte lo malo en execrable”.

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Ese don lo poseía por ejemplo, Julia A. Moore, autora estadounidense que tuvo -y sigue teniendo- un selecto grupo de admiradores que se tronchaban con sus poemas. Entre sus seguidores estaba Mark Twain, que aseguraba que Julia era su poeta favorito, y en ella se inspiró para crear el personaje de Emmeline Grangerford en Las aventuras de Huckleberry Finn. Su libro La dulce cantante de Michigan es todo un clásico. Tras el gran incendio de Chicago de 1871, las musas llamaron a la puerta de Julia:

The great Chicago Fire, friends,
Will never be forgot;
In the history of Chicago
It will remain a darken spot.
It was a dreadful horrid sight
To see that City in flames;
But no human aid could save it,
For all skill was tried in vain.

Al mismo nivel debemos situar a Miranda Kropp, cuya poesía completa estaba entre los tesoros más preciados de Martin Gardner. He aquí un ejemplo de su arte. Se trata de las dos primeras estrofas de su poema “Un borracho (una historia real)”

The was a man, David Church by name,
He had a wife and family the same,
He had genius, and a good trade,
But drunk up every cent he made.

He owned a house, and a small farm,
But he drunk more as the day rolled on,
Lower and lower, did he sink,
Until he did nothing but drink, drink.

[Había un hombre, de nombre David Church,
Tenía mujer y familia también,
Un oficio y buen talento tenía,
Pero cuanto ganaba se lo bebía.

Tenía casa y una pequeña granja,
Pero más bebía a medida que el día pasaba,
Se iba hundiendo más y más,
Hasta que solo bebía y nada más].

(Traducción de Joseph María Llosa).

Y llegamos al que para muchos es el peor poeta de la historia, el escocés William Topaz McGonagall. Aunque nació y murió en Edimburgo, pasó la mayor parte de su vida en Dundee, bella ciudad famosa por el puente que cruza el río Tay. Así expresaba Mc Gonagall la belleza de estos parajes:

El Tay, el Tay, el Tay, quién lo diría,
Corre de Perth a Dundee todo el día.

O estos versos, que tampoco son mancos:

Hermoso puente ferroviario sobre el plateado Tay
Con tus arcos y pilares como otros no hay,
Y tus vigas centrales, que se muestran al ojo,
Elevándose hacia el cielo con intrépido arrojo.

Hoy en día, plazas y calles llevan el nombre de Mc Gonagall en Dundee, pero en vida fue humillado hasta la extenuación. Como ocurría en la película La cena de los idiotas, Mc Gonagall era invitado a recitales por malvados admiradores con el único objetivo de mofarse de él.

William fue un fruto tardío, un honrado tejedor que se formó como autor de manera autodidacta. Como él mismo decía: “William McGonagall, como su tocayo Shakespeare, aprendió más de la naturaleza que en la escuela”. Cuando tenía cuarenta y siete años, la inspiración hizo acto presencia y le empujó a la creación lírica: “Fue tan extraño, imaginé que tenía una pluma en mi mano derecha, y que una voz gritaba: ¡Escribe! ¡Escribe!” Su obra es ingente, pero nunca llegó a cobrar por ninguno de sus poemas, a excepción de un eslogan publicitario para el jabón Sunlight:

Lavará usted con presteza asombrosa,
Sin estropearse espalda ni cerviz.
¡Ni cuando lave la ropa más roñosa
Chorreará el sudor de su nariz!

Pero como cuenta Stilman “la tragedia aparecería en su vida cuando “los arcos, pilares y vigas centrales” de su amado puente sobre el río Tay, inaugurado en 1878, en vez de “elevarse hacia el cielo con intrépido arrojo”, estrepitosamente se hundieron al paso de un tren durante la noche del 29 de setiembre de 1879, matando a todos los pasajeros, y desencadenando en McGonagall, además del correspondiente poema alegórico, una depresión que casi lo hizo abandonar la poesía”. Por suerte el puente fue reconstruido en 1887 y el mundo recuperó un genio inigualable.

Lo más curioso de McGonagall es que él siempre confió en su talento. Cuando murió el poeta Alfred Tennyson, por entonces el favorito de la reina Victoria, McGonagall se acercó hasta el Castillo de Balmoral, “con sus libros bajo el brazo, para reclamar el puesto de Poeta Laureado a la Reina Victoria. No pudo verla, y se le dijo que si volvía a aparecer por allí, sería arrestado (la reina otorgó el cargo a Alfred Austin, escritor mediocre mucho menos simpático que el escocés)”.
Esta ilimitada confianza en sí mismo permitió que el pobre Mc Gonagall fuera objeto de las bromas más crueles. Una falsa invitación para que hiciera una gira de recitados por los Estados Unidos lo llevó hasta Nueva York, a donde llegó casi sin dinero, quizá esperando forrarse con su arte. Un amigo tuvo que rescatarle enviándole dinero desde Escocia. Otra falsa invitación (supuestamente del gran dramaturgo Dion Boucicault, que lo invitaba a realizar una gira por el interior de Inglaterra) lo llevó a Londres, donde también fue burlado. Ya vivía en Perth, cuando “C. McDonald, Poeta Laureado de Birmania”, le comunicó, también por carta, que el rey de Birmania y las Islas Andaman lo había hecho Caballero de la Orden del Elefante Blanco. Desde entonces, McGonagall usó su nuevo título en cada ocasión posible, pero se abstuvo de viajar a la India; quizá porque había escarmentado, quizá debido a la advertencia de que el rey de Birmania “no ofendería su sensibilidad ofreciéndole sucio lucro como paga por lo que usted pueda componer en su honor tras recibir la insignia de la Santa Orden”. Hoy en día Mc Gonagall es el héroe local de Dundee. En la conmemoración del centenario de su muerte, Iain Luke, miembro del parlamento, le recordaba así:
“McGonagall es un típico personaje de Dundee. Se le ame o se le odie, no se puede negar que tenía una fuerte personalidad, apasionada por la poesía y por Dundee. Su uso verdaderamente catastrófico del metro y la rima y su inquebrantable confianza en sí mismo le han ganado la consideración de los corazones de miles de fanáticos en todo el mundo.”





[Parece ser que hay una película basada en este entrañable personaje, “El gran Mc Gonagall” de 1975, con Peter Sellers haciendo de la reina Victoria, pero no he conseguido localizarla]

Extractos de Eduardo Stilman: Revista de la Federación Argentina de Cardiología.

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Procrastinando 1

jueves, febrero 26, 2009 | Escrito por | Etiquetas



“Al pintar cualquier paisaje, el artista debe concentrar sus poderes para unificar la obra. De lo contrario, no llevará el sello característico de su alma. Si un pintor se obliga a sí mismo a trabajar cuando se siente perezoso, sus obras serán débiles y apocadas, sin decisión”.

Kuo Hsi, paisajista chino del siglo XI.
Un argumento más para autoengañarse y abandonarse a la procrastinación.

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Envidia 2

miércoles, febrero 25, 2009 | Escrito por | Etiquetas




En su último libro, George Steiner dedica un capítulo a Cecco d’ Ascoli, un poeta muy poco conocido que tuvo la mala suerte de coincidir con Dante. En realidad, el capítulo está dedicado a la supuesta envidia que durante toda su vida Cecco sintió por el autor de la Divina Comedia. Aunque Cecco era un autor talentoso, fue eclipsado por la sombra gigantesca de Dante, al igual que (si hacemos caso a la literatura) Mozart eclipsó al envidioso Salieri. Goethe se preguntó al respecto: “¿Cómo puedo ser yo si otro es?”. O dicho en otras palabras, ¿cómo puede uno ser poeta con aspiraciones si tu vecino es Dante? Se cuenta que Virginia Woolf tenía proyectada una gran novela autobiográfica, hasta que leyó En busca del tiempo perdido, de Proust. Estuvo tan hundida que durante un tiempo estuvo decidida a dejar de escribir.

Cuando esto ocurre es fácil que surja la envidia, un corrosivo ácido que puede destrozar la vida del envidioso y en ocasiones la del envidiado. Las historias de rivalidad, de feroz odio, entre grandes hombres de ciencia, -o de las artes-, son infinitas.
Steiner cuenta que en Princeton, "oí a Robert Oppenheimer lanzar a un físico la exigencia: Es usted tan joven y ya ha hecho tan poco. Después de esto la opción lógica es el suicidio”.
La envidia fratricida parece ser una constante en la historia de la humanidad. Se trata de un tema casi tabú, “casi roza lo excrementicio, como intuyó Swift. La sinceridad, el sondear la abierta herida del yo, duele demasiado. El olor que sube desde los rincones del ego es demasiado fétido para respirarlo”. Los moralistas, desprovistos de cinismo, dejaron dos máximas terribles, aniquiladoras: “En las desdichas de un amigo hay algo que no nos desagrada”. Y la aún más desagradable, “No basta con triunfar, hay que ver fracasar a otros, preferentemente a un amigo”. Me cuesta digerir esto, pero Steiner se apresura a proclamar: “Que niegue estas desagradables verdades quien se atreva. Lo peor es la maduración dentro de uno mismo de un registrador irónico e incorruptible; de una voz interior que se ríe de nuestras ilusiones y da expresión a nuestra mediocridad. Aunque pueda poner a prueba lo límites de la resistencia, este testigo interiorizado es un diapasón indispensable. Impone nuestra percepción de lo de verdad cada vez que (nuevamente) no lo conseguimos. Cuando un contemporáneo más valiente y dotado lo ha conseguido. Ahogad esa voz, corromperla mediante la apología o la autocompasión masoquista, y el precio será la verdad. Asfixiar la envidia es, al final, preferible a mentirse uno mismo”.

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23F 0

lunes, febrero 23, 2009 | Escrito por | Etiquetas

Lo que ocurrió aquel 23 de febrero, visto desde otro ángulo.




Fuente: Kurioso

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La guerra de Alan 0

miércoles, febrero 18, 2009 | Escrito por | Etiquetas





Se ha publicado en España por fin el último tomo de la trilogía La guerra de Alan. Es un obra que recomiendo vivamente, aunque no seas aficionado al medio. El dibujante Emmanuel Guibert ha llevado al cómic los diarios reales que un soldado norteamericano, Alan Ingram Cope,escribió sobre su experiencia en la Segunda Guerra Mundial. Alan es un soldado muy peculiar (ojalá todos los soldados fueran así), y sus recuerdos rezuman una extraña mezcla de sabiduría, ingenuidad y ternura que Guibert ha sabido interpretar maravillosamente con su alucinante técnica "al agua":

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Mutantes 1

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¿Quienes son mutantes? Mutantes somos todos, pero unos más que otros, dice Armand Marie Leroi en su apasionante libro. Las mutaciones surgen de los errores cometidos por la maquinaria que copia o repara el ADN. Estas mutaciones alteran el significado de los genes, deconstruyen el cuerpo, lo que puede provocar terribles deformaciones. Pero no todas las mutaciones dan lugar a monstruos como James Merrick, el famoso hombre elefante. Algunas consiguen pasar desapercibidas. Según Leroi, llamar mutante a una persona que presenta una mutación de la secuencia de un gen concreto, es una distinción odiosa: “Es dar a entender, como mínimo, que se desvía de un ideal de perfección. No obstante, los humanos se diferencian unos de otros de muchas maneras y esas diferencias son, al menos en parte, heredadas. ¿Quién de nosotros posee el genoma de genomas, el genoma mediante el cual todos los demás serán juzgados? La concisa repuesta es que nadie”. La probabilidad de nacer con una o muchas mutaciones es altísima. Algunas no tienen efectos visibles, pero otras hacen que nos cueste reconocer como humanos a quien las sufre. Se trata de una cruel lotería en la que intervienen muchos factores, internos, como la herencia genética, pero también externos, como son por ejemplo algunos productos químicos, de los que se sabe ya con seguridad que son los responsables de algunas deformaciones terribles. Hoy en día los mutantes siguen siendo maltratados, -cuando no asesinados-, como les ocurre a los albinos en algunas partes de África. Uno se estremece al imaginar lo que debieron sufrir los mutantes a lo largo de la cruel historia humana. Un niño que naciera con algún trastorno físico grave era considerado una maldición, un castigo divino, una profecía o cualquier cosa aún peor. La mayoría de los mutantes eran asesinados al poco de nacer, pero algunos llegaron milagrosamente a la edad adulta y dejaron increíbles historias. El caso que más me ha impactado es el ocurrido en Sudáfrica a principios de los años setenta, y que, aparte de merecer una película, parece un raro y bello ejemplo de justicia divina:

En 1973, mientras el gobierno sudafricano seguía avergonzando al mundo por su sistema de apartheid, Rita Hoefling era una acomodada ama de casa, blanca como la nieve, que vivía en Ciudad de Cabo. Hasta ese momento, Rita había disfrutado de la comodidad y seguridad que otorgaba el pertenecer a la clase dominante, hasta que un buen día empezó a volverse negra. Le diagnosticaron la enfermedad de Cushing, un trastorno causado por hiperactividad de las glándulas suprarrenales. Le extirparon las glándulas y durante un tiempo no hubo ningún problema, hasta que Rita se dio cuenta de que la piel se le estaba volviendo bastante oscura. “No era sólo un ligero bronceado, sino un color bronce oscuro que transformó todo su aspecto: de hecho la hizo parecer una kleurling (de color, en afrikáans)”. Las primeras humillaciones fueron pequeñas, propias de un apartheid leve. Un chófer cumplidor la echó de la zona “sólo para blancos” del autobús, y la obligaron a llevar una tarjeta que explicaba y justificaba su piel oscura. Pero en aquella época, cualquier sudafricano blanco se erigía en comisario de la raza, y Rita tuvo que mudarse a otro barrio. Pero sus nuevos vecinos tampoco la querían cerca y redactaron una protesta. Todo esto en Ciudad del Cabo, que es la ciudad más tolerante y cosmopolita de Sudáfrica. Pero no sólo Rita se vio afectada. Su hija fue expulsada de un autobús porque el chófer (¡qué celo profesional!) reconoció a la muchacha por haberla visto varias veces con Rita. Cuando el padre de ésta murió, su madre no le permitió asistir al funeral: “No quiero que tu cuerpo negro me avergüence en el funeral de tu padre”. Rita fue expulsada de la comunidad blanca, pero afortunadamente recibió la amistad y el apoyo de los negros. Le dieron la bienvenida a sus hogares de los distritos segregados e impidieron que se volviera loca. Rita aprendió xhosa con fluidez, un idioma nada fácil. Pero la historia, como en cualquier guión cinematográfico, guardaba un nuevo giro. En 1978, Rita se volvió de nuevo blanca de manera espontánea. Intentó volver a su antigua vida, pero su marido –un ex oficial de la Armada Real- y sus hijos, la habían abandonado. Durante los últimos diez años de su vida vivió de la caridad y de una pequeña pensión, pasando de una habitación sórdida a otra en lo suburbios de Ciudad del Cabo, hasta que en una de estas habitaciones, murió de neumonía.

[Rita padecía un trastorno llamado síndrome de Nelson, que se da en uno de cada tres pacientes a quienes se les extirpa la glándula suprarrenal. Una de las tareas de esta glándula consiste (más o menos como hace la tiroides) en mantener controlada la hipófisis. En ausencia de la glándula suprarrenal, la pituitaria de Rita comenzó a crecer, se hinchó y produjo un exceso de hormona pituitaria, lo que provocó que se le oscureciera la piel].

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Graham Chapman, un funeral diferente. 2

martes, enero 06, 2009 | Escrito por | Etiquetas

Graham Chapman miembro de los Monty Python, murió el 4 de octubre de 1989. En su funeral, Eric Idle cantó un fragmento de "Always Look On The Bright Side Of Life", canción con la que termina La vida de Brian.



Fuente: Meridianos.

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