La versión oficial sobre lo que ocurre con la adicción a las drogas (la que nos cuentan siempre en televisión, por ejemplo) es que las principales sustancias psicoactivas (cocaína, heroína y otros opiáceos) producen un rápido y potente enganche del que resulta muy difícil salir, cuando no imposible. Como prueba de ello, se esgrimen los numerosos experimentos realizados con animales, ratas y monos principalmente, en las últimas décadas. Si, como ocurre en estos experimentos, las ratas se autoinyectan cocaína hasta morir, si prefieren ésta a la comida, o incluso si aceptan sufrir descargas eléctricas en sus hipersensibles patitas con tal de drogarse, es la prueba de que el demonio de “la droga” tiene un poder irresistible.
Pero en 1981, Bruce K. Alexander, un psicólogo curtido en el tratamiento y cuidado de heroinómanos, realizó una serie de experimentos con los que desmontó algunos mitos sobre la adicción.
Cuando Alexander vio dónde y cómo se hacían los experimentos con animales, llegó a la conclusión de que, en realidad, tales experimentos no demostraban nada. Que un aterrorizado mono, atado durante días, se autoinyecte morfina con su mano libre, o que una rata, con un catéter clavado en su cerebro, sufriendo un aislamiento y estrés brutales, se meta coca hasta morir, parece bastante lógico. “Yo haría lo mismo si me encontrara en esa situación” pensó Alexander. ¿Pero que ocurriría si estos experimentos se realizaran en un entorno realmente cómodo para las ratas? ¿Se engancharían tan fácilmente si en lugar de sucias y estrechas jaulas vivieran en un paraíso para roedores?
Para comprobarlo Alexander construyó este paraíso para roedores… y lo llamó parque de ratas.
Así describe Lauren Slater este pequeño edén para ratitas: “Alexander y sus compañeros de investigación, Robert Coambs y Patricia Hadaway, construyeron una colonia de viviendas de veinte metros cuadrados para sus ratas Wister de laboratorio. Caldearon el espacio convenientemente y lo regaron de deliciosas virutas de cedro y toda clase de pelotas de colores intensos, ruedas y latas. Puesto que iba a ser una colonia mixta, destinaron mucho espacio al apareamiento, rincones para el parto, lugares para que los dentudos machos deambularan a gusto y nidos cálidos para las hembras en época de cría”. En este edén pusieron 16 ratas, y a otras tantas en las clásicas jaulas de laboratorio, con poco espacio vital y aislamiento extremo y les dieron morfina disuelta en agua con sacarosa (para contrarrestar el sabor amargo de la morfina y seducir a las ratas, puesto que son muy golosas). La sacarosa fue aumentando poco a poco, es decir el agua era cada vez más dulce con lo que aumentaba el factor seducción. También les dieron agua normal del grifo.
El resultado fue que las ratas del parque preferían el agua normal al agua con morfina por muy dulce que estuviera, mientras que a las ratas de las jaulas les encantó desde el principio el agua con morfina, aunque estaba muy amarga, y la bebieron 16 veces más. Las ratas del parque probaron algunas veces el agua con morfina (más las hembras que los machos) pero siempre volvían al agua corriente.
Así valoró Alexander el experimento:
“Creemos que estos resultados son social y estadísticamente significativos. Si las ratas, en un ambiente razonablemente normal, se resisten a las drogas opiáceas, la idea de la «afinidad natural» es errónea, una extrapolación no válida de los resultados obtenidos con animales aislados. Estos descubrimientos son compatibles con la nueva interpretación «paliativa» de la adicción humana a los narcóticos si tenemos en cuenta que las ratas son por naturaleza extremadamente gregarios, activos y curiosos. El confinamiento en solitario produce un trastorno psíquico extraordinario en el ser humano; es posible que resulte igualmente estresante en otras especies sociables y que, por lo tanto, fuerce formas extremas de conducta paliativa, como recurrir a anestésicos y tranquilizantes potentes, la morfina en este caso. También puede ser que las ratas se resistan a la morfina precisamente por sus potentes efectos. Como tal, interfiere en la habilidad de la rata (o de la persona) para jugar, comer, aparearse y emprender otras conductas que hacen la vida gratificante”.
Alexander hizo otros experimentos similares en las que ratas ya adictas dejaban de serlo cuando se les daba la oportunidad (y las trasladaban al parque), con lo que demostró que la adicción no era un trastorno irreversible.
Sin embargo, cuando intentaron publicar los resultados en Science y en Nature fueron rechazados una y otra vez. Por fin, solo una revista de farmacología, Pharmacology, Biomestry and Behavior, muy poco conocida para el gran público, aunque respetada, accedió a publicar los descubrimientos de Alexander.
¿Por qué fueron marginadas las investigaciones de Alexander? Por qué no tuvieron al menos la misma oportunidad que otros experimentos contrarios?
Creo que la respuesta es obvia. Sus dos principales conclusiones -que no hay nada inherentemente adictivo en ninguna droga, y que el contacto repetido, incluso con las drogas más seductoras, no suele provocar adicción alguna-, son intolerables por las autoridades.
En pocas ramas de la ciencia (quizá en la genética) es tan complicado avanzar como en el estudio de las drogas, donde política y ciencia se confunden y se entorpecen mutuamente. El equilavelente en otra ciencia, por ejemplo la física, sería marginar a los científicos que proponen una teoría alternativa por no estar de acuerdo con la teoría de las supercuerdas.
Los detractores de Alexander alegan que éste no tiene en cuenta las “pruebas” científicas en las que se apoyan las últimas teorías oficialmente aceptadas: los escáneres PET, que muestran el cerebro de los adictos rojo de ansia, y los estudios que apuntan a una falta de dopamina en el cerebro en los drogodependientes debido al uso de dopamina importada, es decir, que si acostumbras al cerebro a que la cocaína te proporcione la dopamina (dicho grosso modo), éste pierde la facultad de producirla por sí mismo y entonces llega la ansiedad por la cocaína. Pero las cosas no están tan claras. Joe Dummit, profesor de psicología del MIT, dice al respecto: “Verá… los estudios de escáneres PET pueden ser poco fidedignos. Es fácil crear imágenes que parezca que ilustran un gran cambio, pero esas imágenes pueden ser engañosas, ¿quién sabe?” Y Alexander va más lejos: “Para empezar, no hay pruebas sólidas de que el agotamiento de la dopamina cause ansia y deseo de cocaína en las personas”. Quizás la prueba más sólida en favor de las teorías de Alexander es el hecho constatable de que la inmensa mayoría de las personas que consumen drogas (que no son pocas) nunca se engancha.
Además, hay un montón de buenos estudios que son muy fiables, ya que se realizaron esperando obtener los resultados contrarios. Por ejemplo, uno realizado sobre el crack, en 1990 en Estados Unidos: el 5,1 por ciento de la juventud americana había probado el crack al menos una vez en la vida, pero solo el 0,4 lo había probado en el mes en el que se hizo la encuesta, y menos del 0,05 % lo había consumido veinte veces o más en ese periodo.
“Por lo tanto –dice Alexander- parece que la droga más adictiva de la tierra no produce adicción persistente en más de un consumidor de cada cien”. ¿Y qué hay del síndrome de abstinencia? “Creo que el síndrome de abstinencia se exagera sistemáticamente, como las mismas drogas; es el cuento que hemos oído sobre las drogas y seguimos contándonoslo; es el paradigma según el cual los drogadictos interpretan como dolor insoportable lo que, en realidad, no es más que incomodidad. La inmensa mayoría de los heroinómanos que pasan por el síndrome de abstinencia sufren una especie de resfriado, eso es todo”.
Hoy en día, las investigaciones de Alexander siguen siendo ignoradas por el estamento médico oficial, que continúa con el viejo cuento de ese ente abstracto y demoníaco llamado “la droga”, culpable de todos los males de la sociedad. A su vez, Alexander les acusa de eliminar, con fines políticos, importante información científica sobre las complicaciones de la drogadicción. Pero él mismo está resignado a que no le hagan caso. Si le hicieran caso, los gobiernos tendrían que cambiar radicalmente sus políticas, tendrían que cambiar tantas cosas que es mejor no empezar a enumerar. Habría que crear un mundo cuasifeliz, menos alienado, donde todos diéramos y recibiéramos más amor y menos violencia, un mundo como el parque de las ratas, y eso no va a ocurrir.
[Poco después del experimento, la universidad le retiró la subvención y, en colaboración con organizaciones de los derechos de los animales que habían denunciado el sistema de ventilación del laboratorio de ratas, terminó cerrándolo definitivamente, abriéndolo pocos meses después como servicio de consulta para estudiantes... sin cambiar el sistema de ventilación. "Para las ratas no valía, pero para los seres humanos sí".
Puedes leer aquí un recomendable artículo de Bruce Alexander.
Extractos de Laures Slater: Cuerdos entre locos. Editorial Alba]
4 Reply to "Bruce K. Alexander y los mitos sobre la adicción."
Anónimo on 30 de marzo de 2009, 15:06
Un post realmente interesante. De hecho, es bastante esclarecedor, teniendo en cuenta que los adictos a las drogas suelen ser "marginados" sociales, de una u otra clase; tanto los marginados del arroyo, como vulgarmente se dice, como los marginados del "tengo que hacer esto o no se me aceptará en el grupo", o incluso los marginados del "si no me meto ésto, no voy a poder aguantar este ritmo de trabajo ni de coña."
El problema real de la droga en estos momentos es, digamos, una facilidad extrema del ser humano para automarginarse, y una sociedad que cada vez más, ayuda a eso mismo.
Eugenio Criado on 30 de marzo de 2009, 15:35
Opino lo mismo que Stygyan, es un articulo de lo mas interesante, es mas, lo voy a convertir tambien en entrada, eso si dándote los honores ;o).
Hace años, estuve devorando información sobre las drogas, y aunque actualmente no tanto.... me intereso por ello, de ahi, que haya dado con tu blog. Seguire leyendo.
de momento, mi enhorabuena por esta entrada,
Erlik Khan
puntomatic on 30 de marzo de 2009, 17:17
Muchas gracias.
Alexander tiene la teoría de que el capitalismo salvaje trata a las personas como productos que hay que eliminar, reubicar o transformar según las necesidades económicas:
"A finales del siglo XX, los puestos de trabajo desaparecen tanto para los ricos como para los pobres casi sin previo aviso, las comunidades se debilitan y se vuelven inestables, se hace normal cambiar de familia, de trabajo, de habilidades técnicas, de idioma, de nacionalidad, de programas informáticos y de ideología en el transcurso de la vida. Los precios y los salarios son tan inestables como la vida social. Se pone en tela de juicio incluso la continuación de la viabilidad de sistemas económicos cruciales. Tanto entre los ricos como entre los pobres, la dislocación hace estragosen la delicada interrelación de las personas, de la sociedad, la sociedad, el mundo físico y los valores espirituales que sustentan la integración psicosocial".
El tapir Nicanor on 31 de marzo de 2009, 8:56
en este caso, los tapires debemos ser ratas escapadas de ese parque
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