Charles Dickens escribió la mayoría de sus novelas por entregas. Cuando empezó a escribir Oliver Twist no tenía una novela en la cabeza, sino una idea para empezar una historia. Cada mes añadía unos capítulos que el público esperaba con avidez, y así hasta que en un momento dado decidió que la historia había llegado a su final. Antes, había puesto a prueba la paciencia de sus lectores cuando, al final de un capítulo, el pequeño Oliver recibía un disparo. ¿Habrá muerto Oliver Twist? Los ansiosos lectores de la legendaria Pickwick Papers esperaban obtener la respuesta al mes siguiente, pero Dickens no se la proporcionó hasta dos entregas después.
Es el viejo arte de cortar la narración en el momento justo en que el espectador está a punto de descubrir algo fundamental para dejarle en vilo, deseando la próxima entrega como un yonkie desea su dosis de heroína. Este recurso es más antiguo que la propia literatura escrita. En la antigüedad, cuando la casi totalidad de la población era analfabeta, existía la figura del lector que cobraba por leerles a las gentes humildes las historias que circulaban por entonces. Este lector a domicilio leía unos capítulos durante un tiempo pactado, pero se cuidaba mucho de que cortar en el momento justo, de manera que sus oyentes indefectiblemente le pedían que continuara leyendo, aunque para ello tuvieran que pagar de nuevo.
En la actualidad esta función la cumplen las series de televisión, principalmente las norteamericanas. Cuando pruebas una de las buenas, te engancha sin remedio, y si la tienes en un pack de dvd, lo normal es atiborrarse a ver capítulos seguidos. Este tipo de narración no cuenta con un gran prestigio intelectual. Se suele asociar con seriales, con folletines, con best sellers, en fin, con ficción muy popular. Esto es cierto en el caso de Dickens, de hecho, probablemente no ha existido un autor más popular en la historia de la literatura. Dickens era seguido y amado con pasión por un gran espectro de la población de su tiempo. Sus obras generaban una expectación que no tiene parangón en la actualidad. Los seguidores americanos, incluso esperaban en los puertos de Nueva York gritando sobre la multitud de un barco que arribaba «¿Está la pequeña Nell muerta?»
Dickens conocía el gusto de su público porque cada mes podía comprobar la reacción de éste a la última entrega. Nicholas Nikelby fue escrita en veinte entregas mensuales, casi dos años de expectación.
Dickens cuidaba mucho a su público, por lo que la respuesta de éste podía alterar el final del relato. Como sólo necesitaba mantener una corta ventaja sobre sus lectores, Dickens no cumplía la norma de su coetáneo Anthony Trollope, que decía que “un artista debería tener en sus manos el poder de ajustar el principio de su obra al final”.
Un buen ejemplo de este proceso lo encontramos en la entrada de Dickens en la wikipedia: "La Vieja tienda de antiguedades es una historia de una persecución. En esta novela, Nell y su abuelo huyen del villano, Quilp. El progreso de la novela sigue el gradual éxito de la persecución. Mientras Dickens escribía y publicaba las entregas semanales, su buen amigo John Forster le señalaba a Dickens: «Sabes que tendrás que matarla, ¿verdad?». El porqué de este final, se puede explicar por un breve análisis de la diferencia entre la estructura de una comedia y la de una tragedia. En una comedia, la acción cubre una secuencia «tú crees que ellos van a perder, crees que perderán, ellos vencen». En una tragedia es: «Tú crees que ellos vencerán, crees que vencerán, ellos pierden». Como se ve, la conclusión dramática de la historia está implícita en la novela. Así, cuando Dickens escribió la novela en forma de tragedia, el infortunado desenlace era una conclusión ya sabida. Si él quería que su heroína perdiera, no debió completar la estructura dramática. Dickens admitió que su amigo Forster tenía razón y, en el final, la pequeña Nell fallece. Dickens también admitió que no deseaba matar a Nell, pero era un novelista y tenía que completar la estructura de la novela".
En muchas ocasiones, Dickens sólo llevaba una entrega de ventaja sobre lo publicado, por lo que la presión debía ser enorme: “la periódica enfermedad del párrafo” según su propia definición. Sin embargo siempre pensó que el esfuerzo merecía la pena: “Otros escritores presentan sus sentimientos a sus lectores, con la reserva y la circunspección del que ha tenido de prepararse una aparición en público… Pero el ensayista periódico entrega a sus lectores los sentimientos del día, con el lenguaje que esos sentimientos han inspirado”. La entrega periódica hace sufrir al autor, eso no cabe duda, pero la presión da como resultado, en muchas ocasiones, las mejores páginas.
Mi amigo Nicolás me decía ayer mismo que es en estos casos, cuando tienes la presión de entregar algo de manera ineludible, cuando salen las mejores cosas.
La ficción por entregas es un formato muy interesante cuando se tiene libertad y los medios necesarios, incluyendo el tiempo como el más necesario. Cuando uno empieza una historia y sabe que va a ser larga, (a veces todo lo larga que se pueda), se activan mecanismos mentales diferentes que los que se usan cuando tienes que escribir una obra cerrada, como por ejemplo una película. Dos de las pesadas losas que uno se echa a la espalda cuando inicia la escritura de un guión para largometraje desaparecen: la necesidad de decidir muy pronto el final y la dificultad de comprimir en una duración razonable todo lo que se quiere contar.
La ficción por entregas también tiene sus riesgos. Si se extiende demasiado en el tiempo puede alejarse del estilo inicial y defraudar a sus seguidores. En televisión, a veces no es la excesiva duración de una serie lo que la hace perder su personalidad, sino las decisiones que toman los responsables de la misma. En el argot televisivo esto se llama “saltar el tiburón”. La frase procede de una serie en la que el protagonista salta un tiburón cuando está haciendo esquí acuático, se supone que debido a que los guionistas ya no sabían que hacer. Saltar el tiburón significa traspasar la frontera de lo sensato, de lo razonable: a partir de ahí se desplomará en caída libre con argumentos cada vez más peregrinos e inverosímiles.
Por suerte, Dickens nunca saltó el tiburón. Cuando hoy leemos Oliver Twist no percibimos su origen fragmentario, y eso que empezó a escribirlo cuando aún no había acabado Nicholas Nikelby. Quizá si Dickens no hubiera publicado sus obras por entregas, hoy no serían tan universalmente reconocidas.
Muchas son las leyendas que rodean a este violinista, considerado por los especialistas como el mejor de la historia. Una de ellas habla de unas manos de una longitud desproporcionada, (45 cm dice la wikipedia, aunque no especifica más) que sus coetáneos menos ilustrados achacaban a una práctica obsesiva del violín. Más probable es que Paganini sufriera de algún tipo de alteración física en sus articulaciones, que dio como resultado una hiperflexibilidad tal en sus manos que podía llevar la uña del dedo pulgar hasta el dorso de la mano. Algunos estudiosos dan por hecho que Paganini sufría del síndrome de Ehlers – Danlos, cuyo principal síntoma es esta laxitud articular que todos hemos visto alguna vez.
Pero según otros expertos, Pagnini pudo padecer del
Esto explicaría la enorme longitud de los dedos de Paganini, si es que es cierto que era tan largos, pero dejaría sin explicar la hiperflexibilidad que le permitía tocar tres octavas con poco esfuerzo. Según leo en la página médicosartistas, "Se sabe que voluntariamente podía flexionar lateralmente la articulación de sus falanges distales; en varias ocasiones fue preguntado acerca de su mágico secreto, a lo cual el genial compositor siempre respondía que lo revelaría cuando se retirara, desgraciadamente se llevó tan codiciado secreto con él". En cualquier caso, lo que sí parece seguro es que el arte interpretativo de Paganini no se debe solamente a la práctica y a su talento, sino que contó con la ventaja de los efectos de una enfermedad desconocida por entonces.
También se sospecha que Rachmaninoff pudo haber sufrido esta rara enfermedad de origen hereditario. Los estudiantes de piano que tienen que enfrentarse a las obras del genial ruso se quejan de que habría que tener manos de gigante para poder tocarlas. ¿Acaso Rachmaninoff las compuso sin caer en la cuenta de que sus dedos, inusualmente largos, le permitían interpretar sin esfuerzo sus difilísimas composiciones? Es una teoría interesante, pero improbable.
Según la Wikipedia, entre los famosos personajes que que han sufrido el síndrome de Marfan, se encuentran el actor de Vincent Schiavelli, (el inolvidable intérprete de Salieri en Amadeus), Robert Johnson,
el dibujante y actor español Javier Botet ¡Y hasta Osama Bin Laden!
Aunque la Wikipedia no dice nada al respecto, los largos y curvos dedos del Sr Burns delatan la presencia de la inquietante aracnodactilia.
"Algunos loros han alcanzado gran celebridad como Grand Parole, del que se dice que dominaba el vocabulario básico de seis idiomas, y era capaz de reconocer a más de cien personas, pronunciando correctamente su nombre, lugar de nacimiento, estado civil, profesión y comida favorita. Grand Parole recorrió toda Europa y América a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Lamentablemente la noche del 12 de Julio de 1907 fue secuestrado en el tren que cubría el trayecto de Praga a Budapest. Las circunstancias del secuestro nunca fueron completamente esclarecidas, aunque algunos historiadores sostienen la participación de los servicios secretos del entonces imperio Austro Húngaro. Recientemente han circulado por la web algunas grabaciones atribuidas a Grand Parole que aparentemente fueron realizadas en Londres unos dos meses antes de su desaparición."
Leído en la wikipedia. Suena a falso, claro, pero después de ver el perro sin cabeza del Dr Brukhonenko, todo parece posible.
Hay autores que fueron juzgados durante toda su existencia, independientemente de su evolución vital. Un caso claro es el de Ernst Junger. En sus viajes oficiales, por ejemplo cuando era investido Dr. Honoris Causa por alguna Universidad, solía ser recibido por grupos de exaltados que le gritaban "nazi, asesino, fascista etc", como ocurrió por ejemplo en Bilbao. La realidad es que Junger nunca perteneció al partido, y en un momento dado, prohibió a las autoridades nazis que utilizaran su escritos para sus proclamas, poniendo en riesgo su vida. Pero Junger tuvo la mala suerte de que le gustaba a Hitler, no así a Goebbles, que le pidió permiso para eliminarle al poco de empezar la Segunda Guerra Mundial. La respuesta de Hitler: "Deja tranquilo a Junger, Alemania tiene problemas más graves". Junger sí fue, en su juventud, un nacionalista, un patriota y un belicista convencido de la nobleza del arte de la guerra. Son tres rasgos que me repugnan especialmente, pero no fue un nazi. Durante su estancia en el Paris ocupado en el que sirvió con el rango de capitán, se sabe que ayudó a escapar a docenas de judíos, y también que hizo lo imposible para proteger a la población civil de Francia y su impresionante patrimonio artístico y monumental.
De aquel Junger belicista que se alistó como voluntario en la Primera Guerra Mundial, poco quedaba ya. Dicho grosso modo, (no puede decirse aquí de otra forma, dada la complejidad del personaje) Junger evolucionó desde un exacerbado y peculiar nacionalismo a un europeismo y pacifismo militante, que cualquiera que se tome la molestia puede comprobar leyendo sus escritos.
Yukio Mishima, por contra, hizo el camino contrario. Aunque siempre fue una persona torturada, en su juventud abogó, influenciado por importantes creadores de la época, por un Japón libre y abierto a occidente. Pero esta actitud le duró más bien poco. Poco a poco Mishima fue dando muestras de un ultranacionalismo que rayaba en la locura. Creó una milicia cuyo primer objetivo eran dar un golpe de estado para devolver el poder al emperador y así devolver al país a la situación de 1939. Mishima no tuvo mucho éxito en su objetivo. Muchos de sus compatriotas le vieron como una figura cómica, y sólo consiguió reclutar un centenar de voluntarios, pero da miedo pensar que hubiera pasado si hubiera tenido los medios suficientes. Como creo que todos los nacionalismos son muy parecidos, no veo grandes diferencias entre el pensamiento de Mishima, Otegi y Himmler, por citar algunos en teoría antagónicos.
Pero, pese a todo, creo que a Mishima se le siguen perdonando más sus ideas políticas que a Junger, lo que me resulta desconcertante: ¿es menos tolerable errar a los veinte años que a los cincuenta?
Esto puede deberse a que Mishima es autor de libros tan delicados y bellos que resulta difícil creer que procedan de un neofascista. A veces uno se deja seducir por la idea de que conocer los detalles de la vida privada de un autor pueden contribuir a una mejor compresión de su obra. Rápidamente se establecen relaciones efecto causa entre tal suceso y tal libro o párrafo. Puede ser así en algunas ocasiones, pero también pueden tener el efecto contrario. "Claro, como Mishima era gay, por eso aquí dice esto..." Ocurre un poco como con el famoso y malicioso ejemplo del psicoanálisis, en el que un psicoanalista le preguntaba a su paciente gay cómo era su padre. Si el padre del paciente era, por ejemplo, un militar duro y homófobo, el diagnóstico era claro: homosexualidad producida por contraste, por reacción a un carácter dominante. Pero si el padre era una figura dulce y tolerante, el diagnóstico era igual de claro: homosexualidad derivada de la falta de una figura paterna autoritaria.
"El 25 de noviembre de 1970, Mishima y cuatro miembros de la Tatenokai visitaron con un pretexto al comandante del Campamento Ichigaya, el cuartel general de Tokio del Comando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa de Japón. Una vez dentro, procedieron a cercar con barricadas el despacho y ataron al comandante a su silla. Con un manifiesto preparado y pancartas que enumeraban sus peticiones, Mishima salió al balcón para dirigirse a los soldados reunidos abajo. Su discurso pretendía inspirarlos para que se alzaran, dieran un golpe de estado y devolvieran al Emperador a su legítimo lugar. Solo consiguió molestarlos y que le abuchearan y se mofaran de él. Como no fue capaz de hacerse oír, acabó con el discurso tras solo unos pocos minutos. Regresó a la oficina del comandante y cometió seppuku". (Wikipedia)