Libertad y procrastinación 2

domingo, mayo 10, 2009 | Escrito por | Etiquetas

LOS EXPERIMENTOS DE DAN ARIELY (3)

El problema de la desidia, de la procrastinación, no ha dejado de empeorar según se ha ido generalizando el uso de internet. Yo antes procrastinaba leyendo cualquier cosa, desde un capítulo de un libro hasta el prospecto de una medicina, cualquier cosa con tal de no trabajar. Por no hablar de los deseos repentinos de hacer limpieza en casa, cocinar, hacer la compra etc etc. Ahora no hace falta ni levantarse de la mesa de trabajo para acceder a mil maneras de procrastinar: chequear el correo electrónico, skype, facebook, visitar páginas absurdas, y un largo etcétera. En mi caso, he podido comprobar que la única manera de no procrastinar ad infinitum es sentir el aliento de un jefe en la nuca. Sólo cuando el desastre es inminente me pongo a trabajar y a intentar resolver en pocas horas lo que debería haber hecho en varios días. ¿Se puede hacer algo al respecto? Cuando uno se promete a si mismo que nunca más dejará para el final el trabajo o el proyecto que le ocupa, siempre es en frío, en un estado emocional neutro que nos hace creer que lo conseguiremos. Pero cuando llega el momento de ponerse a trabajar, algo cambia en nuestra mente: nos convertimos en seres irracionales, y por muchas promesas que nos hayamos hecho, nos dejamos caer en los seductores brazos de la procrastinación.

La única solución para paliar los efectos de la desidia es la restricción de la libertad personal. Dan Ariely hizo un sencillo experimento con sus alumnos con el que demostró una ecuación que los procrastinadores conocemos bien: flexibilidad horaria = procrastinación.

Cuando empezó el curso, Ariely les dijo a los alumnos de una de sus clases (clase A) que podían entregar los tres trabajos del semestre, -fundamentales para la nota final- cuando ellos quisieran. Podrían entregarlos el último día o mucho antes, pero les advirtió que entregarlos pronto no aumentaría la nota. A los alumnos de una segunda clase (B) les dio la oportunidad de elegir en ese momento las fechas de entrega de los tres trabajos, con la condición de que ese plazo no podría cambiarse ya. Y por último, a los alumnos de una tercera clase (C) no les dio ninguna oportunidad: tendrían que entregar los tres trabajos en los plazos que Ariely marcó: la cuarta, la octava y la duodécima semana. Los resultados, como ya habrá adivinado el lector, fueron los previsibles. La clase C tuvo un porcentaje de aprobados mucho mayor que las otras dos. La clase que pudo elegir sus plazos tuvo un resultado intermedio, aunque con algunos trabajos redactados apresuradamente, y la clase que tenía libertad para entregar sus trabajos, como era de esperar, fue un desastre.
Es interesante fijarse en la clase B. No obtuvieron tan buenas notas como la clase C, pero la mayoría de los alumnos previeron lo que iba a pasar y se impusieron unos plazos realistas para poder combatir su futura procrastinación. Algunos no fueron tan previsores y se engañaron con plazos que no pudieron cumplir. Esto nos indica que no todas las personas son conscientes de su problema con la desidia.

El experimento no demuestra nada que no supiéramos, pero creo que plantea un problema interesante ¿debemos aceptar restricciones a nuestra libertad para poder cumplir con nuestras tareas? ¿Quién debe imponer estas restricciones? A la primera pregunta respondo con un contundente ¡sí! Si yo hubiera sido un alumno de la clase B habría fijado unos plazos similares a los de la clase C, por la sencilla razón de que me conozco. Y también creo que debe ser uno mismo el que imponga los límites. En realidad esto lo hacemos continuamente, por ejemplo con las tarjetas de crédito: ponemos un límite diario de sacar dinero, porque sabemos que en ciertos momentos seremos incapaces de controlarnos. Se puede argumentar que es triste llegar a ese extremo, ¿y si por alguna razón uno necesita urgentemente disponer de quinientos euros y sólo puede sacar trescientos? ¿No sería mejor controlarse y poder sacar lo que uno necesite? En un mundo ideal sí, pero en éste, cada vez más lleno de procrastinadores, eso no es más que una buena intención. Imaginemos que un productor me encarga un guión para una película a entregar en diez meses. Conociéndome, llegará el noveno mes y no tendré prácticamente nada escrito. Las llamadas del productor no harán más que aumentar mi angustia. Cuando por fin me ponga a escribir, me daré cuenta de que no voy a poder dejarlo como yo quisiera, con el sufrimiento añadido de comprobar que se trata de un problema de tiempo. ¿Cómo evitar esto?
A) con una gran disciplina. Vale, no es mi caso.
B) arreglando con el productor que el guión se entregará en tres partes, por ejemplo un borrador a los dos meses, una escaleta a los seis, una primera versión a los ocho y, finalmente, una segunda a los diez meses.
En realidad muchos productores, buenos conocedores del problema de la procrastinación, exigen acuerdos de este tipo. Saben que es la ÚNICA manera.

[Dan Ariely. Las trampas del deseo. Editorial Ariel]

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2 Reply to "Libertad y procrastinación"

LOLA PUÑALES on 12 de mayo de 2009, 1:54

Qué bien ! Pensé que con tu incorporación a la vida laboral, abandonarías ...

Menos mal que tengo fechas de cierre en la revista... tengo una facilidad para irme por los cerros de úbeda en el curro... Este comentario es una prueba clara de ello...

 

Karina Pacheco on 25 de agosto de 2009, 12:34

Ja, ja, ja, ja. Qué post tan incisivo! Me ha hecho pensar varias cosas y reír un montón. Eso de "una ecuación que los procrastinadores conocemos bien: flexibilidad horaria = procrastinación" es taaan cierto. Sin embargo, creo que la tendencia a procastinar surge o se crece cuando realizamos tareas que no generan placer o una motivación más profunda que la de cobrar un salario (u obtener un título o un reconocimiento que conduzca a posibilidades de mayores salarios, etc.). Lo digo porque cuando voy a hacer algo que me apasiona (a mí) o me motiva (en relación con terceros)no procastino nada; por el contrario, le puedo dedicar cantidades de "horas extra" y por adelantado; pero cuando no me gusta o no creo en lo que estoy trabajando, ahí sí que me zambullo en el océano de la procastinación. Y veo que eso mismo les ocurre a muchos amigos. Tal vez la creciente ola de procastinación tiene que ver con que estamos viviendo en un mundo cada vez más competititvo en el que la mayoría de la gente sabe que tiene que cumplir con muchas tareas si quiere alcanzar el tipo de "éxito" que los medios y la sociedad actual exigen, pero al mismo tiempo, la gente no se puede esconder a sí misma el hecho de que está haciendo todas esas cosas por complacer a esos entes externos y no a un placer propio; por tanto, una manera de escapar es procastinar.
No sé, tal vez una vez que haga click en "enviar" ya no esté segura de eso que he dicho o se me ocurra otra cosa más. ¡Plop! Pero allá va. ¡Saludos!

 
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